CARLOS SAN JUAN VICTORIA
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EN SU PRIMERA década del siglo XXI, México vio deshacer el presente de su mayor potencial: las generaciones jóvenes, en la migración, la informalidad masiva y la delincuencia, mientras las elites neoliberales prometían una gran prosperidad a la vuelta de la esquina. Hoy lo vuelven a hacer pensando en la continuidad de su proyecto hacia el 2012. Por eso, ante las falsas promesas de futuro resulta esencial hacer la crítica del presente. Un capitalismo desatado quemó en las últimas tres décadas el crecimiento incluyente, alto y sostenido, y ahora afronta la pesadilla de un futuro desintegrado donde individuos y Nación se funden en la caída. Pero hay aún un lapso de cinco o diez años para que el daño no sea irreversible, mientras que las razones y los caprichos que (des)gobernaron durante treinta años cada vez son más discutidos e insostenibles. Porque las elites neoliberales afrontan un presente de disputa: no hay terreno donde sus intentos por solidificar su (des)orden en políticas y leyes no obtengan una rápida respuesta en contra. La crítica del presente amplía el horizonte de lo posible y hace que se escriture el futuro a varias manos.
El gobierno federal quiere terminar de fabricar un regreso al capitalismo sin regulaciones sociales y estatales en un brinco al pasado que pretende eliminar conquistas del pueblo en derechos e instituciones. Y que resista la oposición y el disgusto masivo con cercos militares y distracciones mediáticas. Firme en su intención de preservar su ciclo de apropiación y dilapidación de las riquezas nacionales. Hay cuatro ejes actuantes en el presente de ese peligro contra México que lleva a la cancelación de su futuro autónomo: a) La imposición de una ruta de globalización equivocada, que no inscribe a México en el mundo sino en la economía y en la geopolítica de la potencia vecina; b) La fabricación doméstica de un “libre mercado” de altas ganancias especulativas y de muy bajos costos y contrapesos; c) La decisión de convertir a la Seguridad Pública en la prioridad para (des)gobernar a una nación fracturada por la desigualdad, y d) El resurgimiento autoritario en la democracia. Por la acción cotidiana de esos ejes, el presente se hace frágil y lanza a la población a la incertidumbre y el desamparo; pero a la vez se configuran y se entrelazan luchas y resistencias a lo largo y ancho del país que mantienen a pulso la querella por el presente.
MANTENER AL PAÍS EN EL CAMINO SUBORDINADO
Desde mediados de los años noventa hasta la fecha, el Consenso de Washington –la captura de las políticas soberanas de los Estados por los grandes poderes financieros– fue erosionado por procesos internos nacionales y cambios globales. La presión de las demandas sociales, los gobiernos alternativos de las izquierdas, hasta las crisis recurrentes y las voces de alerta de expertos –y de no pocos organismos internacionales–, volvió a plantear la urgencia de atender a fondo la desigualdad y reconectar al Estado con el desarrollo. Entre 2008 y 2009 esa ruta hegemónica del Mercado recayó otra vez en la crisis, mientras se aflojaron las tenazas de poder y se abrieron muchas posibilidades para inventar/rehacer caminos heterodoxos y plurales a escala planetaria. Ironía del momento: en los Estados Unidos, con Obama a la cabeza, se intentan regulaciones financieras a los bancos privados y el rescate de la salud pública. El drama es para nosotros: la neocolonización mexicana promovida por la burocracia financiera del Banco de México y de Hacienda mantiene a México como uno de los pocos lugares que se aferra a lo que queda de ese Consenso deshilachado. Cuando las tenazas del poder globalizador se aflojaron, nuestros globalifílicos sólo cerraron los ojos y se atrincheraron en su rancho.
Los cambios mundiales obligan a reconsiderar el papel del Estado en el desarrollo, la necesaria regulación capitalista y el resurgimiento de pactos y de agendas sociales. En contra de los muchos síntomas de las transformaciones globales, la decisión mayor de ciertas elites mexicanas es que es posible no sólo mantener un modelo antisocial, sino enraizarlo y extenderlo. Vivimos en esa ofensiva que desarticula a la República y a la nación.
Para estas elites la única globalización posible es quedarnos como patio trasero del vecino del Norte. Ahondar la integración económica y quedar inserto en su geopolítica. México y Colombia son piezas claves de una estrategia norteamericana que vincula seguridad y captura de los ejércitos nacionales. Como asunto de fondo está la urgencia para controlar los recursos naturales de la región, en primer lugar el petróleo. Y no parece ser entonces una casualidad que mediante las “guerras contra el narcotráfico” se avance en un esquema de control militar de “nuevo tipo” justo donde se encuentran las grandes reservas probables del Golfo. ¿Se trata de crear una zona abastecedora de petróleo barato y de escudo militarizado contra la paranoia norteamericana del momento? En ese medio infértil sólo habrá soberanías nacionales bonsái.
INVERNADERO SUBSIDIADO Y DETERIORO PRODUCTIVO Y DE LAS ECONOMÍAS SOCIALES
Entre 1960 y 1980 se duplicó la población del país, lo que obligó a “echar otro piso” para afrontar el “problema”. En las casi tres décadas siguientes una plena hegemonía empresarial, que dominó “lo público” (presupuestos públicos y medios de comunicación en primer lugar), reventó el híbrido capitalista y popular post-revolucionario, suprimió sus “frivolidades” redistributivas y aseguró que reorientar y concentrar los excedentes sociales hacia (algunas) empresas locomotoras asociadas a la exportación y a los servicios de punta arrastrarían al conjunto del país hacia el desarrollo pleno. Se requería volver a levantar en ese plazo otro piso de infraestructuras y de capacidades productivas de parecido tamaño para aprovechar el bono demográfico y cumplirle a las generaciones jóvenes. En su lugar se acentuó el gigantismo de algunos conglomerados financieros, industriales y de servicios. Mientras que, en riguroso paralelo, se desmantelaban las infraestructuras productivas y de servicios a escala nacional. Así nació este presente de “desperdicio” de los jóvenes.
Hay tres engranajes claves que producen hoy este desastre: a) La inhibición de la acción productiva del Estado y de su alianza presupuestal, y de fomento, con la pluralidad de formas productivas existentes en el país, de pequeños y medianos empresarios y de figuras diversas de la economía popular; b) La apuesta dirigida a canalizar gran parte del excedente hacia los segmentos altamente rentables de la economía exportadora, de los servicios financieros y de las tecnologías de comunicación (que, oh casualidad, estaban en manos de amigos y aliados locales o globales de los nuevos gobiernos: de ahí el “capitalismo de los compadres”); c) La apropiación de presupuestos y ahorros públicos, del trabajo barato y de territorios en propiedad social para alimentar a esta coalición depredadora por medio de “reformas estructurales” privatizadoras, expropiaciones de propiedad social y privatización de patrimonios y servicios.
DESGOBERNAR
Desde su inicio, el gobierno encabezado por Felipe Calderón tuvo que cargar con el sello de la ilegitimidad, en el marco de una gran polarización política y social del país y una vasta oposición a su proyecto. En un gesto típico de las derechas globales –y de Bush hijo, en particular–, decidió dar un manotazo en la mesa creando una agenda policíaca como prioridad nacional. Para neutralizar la división en su contra se creó al enemigo interno: un viejo socio subordinado, el narcotráfico. Para frenar las presiones hacia la atención a la desigualdad se impuso a contracorriente la nueva prioridad de la seguridad pública. La necesaria atmósfera de miedo fue encargada a una Mátrix mediática que ejerce día a día la pedagogía del miedo, construyendo mundos virtuales de violencia infinita para que la gente acepte la mano dura. Y, en contra de la salud de la República y de sus contrapesos, definió una ruta de atropellos para consagrar una presencia militar cotidiana y masiva en la vida civil que invade diferentes niveles de gobierno (locales, estatales).
¿Para qué sirve esta estrategia de alto riesgo? Queda claro que no es para frenar el próspero negocio del narcotráfico y sus luchas por territorios, sino para fincar una gobernabilidad que desgobierna: restablecer al Poder Ejecutivo fuerte con un presidente débil mediante el uso de la fuerza –policíaca y militar–, en condiciones de una descentralización ya lograda a gran escala del poder formal e informal. El calderonismo hizo y hace violenta; incierta y decadente la vida política nacional. Por un lado intenta neutralizar a las oposiciones sociales y políticas con la militarización y la criminalización de la protesta, y por el otro trata de avanzar en su nuevo orden impulsando el desorden. Para ello tiene que reforzar a tres poderes autoritarios, pilares naturales de la jerarquía, donde el mando vertical y la obediencia ciega forman parte de su naturaleza íntima: la Iglesia, el ejército, el mundo empresarial y los (sus) poderes mediáticos.
Esta manera de gobernar desata fuerzas que desgobiernan. El “monopolio de la violencia” legal se encontró con una “democratización de la violencia” ilegal que le iguala en capacidad de fuego e incendia ciudades y corredores turísticos. Mientras, el avance de dicho modelo antisocial y el clima de guerra que se impone desatan resistencias y oposiciones sociales, intelectuales y políticas.
NUEVO AUTORITARISMO EN EL VIENTRE DEMOCRÁTICO
De 1995 a la fecha la globalización salvaje empezó a frenarse por muy diversos motivos: crisis, oposiciones sociales y políticas y, sobre todo, por la existencia de un tejido democrático más plural y más denso. Se hizo claro que el modelo antisocial del neoliberalismo había crecido gracias a decisiones autoritarias de los presidentes y que carecía de consensos. En 1997, con un Congreso sin mayoría oficial y con gobierno cardenista en el ombligo de México, parecía obligado que a abrir un proceso de efectiva formación de consensos que integrara disensos y oposiciones. La democracia en serio se encontraba a la mano. Pero en lugar de ello disfrazó el presidencialismo anterior por la vía de pretender resolver la ausencia de consensos mediante un trazo vertical de decisiones: el autoritarismo democrático. Desde entonces la democracia –y sus contrapesos– se ve como traba. A partir de 2006 el asalto a la República y a la democracia pretendió convertir en virtud pública la ambición de gobernar sin consensos bajo el eufemismo de “rehacer la mayoría”.
Visto en su conjunto, el menú para forjar el autoritarismo democrático tiene un extremo civil y otro policíaco–militar. En su extremo civil están los varios expedientes para forjar mayorías sin consenso (segunda vuelta parlamentaria y electoral), la creación de elites permanentes que eviten la irrupción incierta de los recién llegados mediante la reelección en puestos de elección popular. En medio del menú, como eje real, una presidencia fuerte con atribuciones de conducción de la política exterior, de veto hacia las cambiantes mayorías del Congreso y de “reconstrucción presupuestal” para deshacer lo que haga el Congreso. Y en el otro extremo, el de su filo armado, la centralización policíaca con ayuda militar y en alianza con los Estados Unidos.
A PESAR DE TODO: EL EMPATE DE FUERZAS
Con esos cuatro ejes se intenta controlar al presente, monopolizar la construcción del futuro e inhibir todo intento por salirse de la “ruta única”. Por eso es fundamental la querella por el presente, su crítica, el disenso, la resistencia y la forja de alternativas. No es sólo un pleito de soluciones “técnicas”, sino sobre todo de sentido.
El mundo feliz del calderonismo y sus profetas en búsqueda de socios plurales debe desarmarse. En lugar del extravío de buscar acuerdos en la agenda desnuda del rey desnudo, y desaprovechar el escaso tiempo disponible para revertir la pesadilla demográfica de millones de jóvenes sin presente, necesitamos recuperar la autonomía de propuesta.
La siembra de ánimo: voluntad y programa que una vasta pluralidad de mexicanos no deja de hacer en fechas (ahora) históricas: el levantamiento zapatista en 1994, la victoria cardenista en 1997, los debates sobre proyectos de nación de 2000 y de 2006, el surgimiento de un polo de convocatoria y de liderazgo como no existe otro en el panorama nacional con Andrés Manuel López Obrador, desde 2005 hasta la fecha.
La crítica y la memoria autónoma, la resistencia y el disenso, la emergencia de una pluralidad social, intelectual y política, dan consistencia y vitalidad al gran reto de nuestros días: abrir en la querella del presente otro sentido al desarrollo nacional en la globalización.
El gobierno federal quiere terminar de fabricar un regreso al capitalismo sin regulaciones sociales y estatales en un brinco al pasado que pretende eliminar conquistas del pueblo en derechos e instituciones. Y que resista la oposición y el disgusto masivo con cercos militares y distracciones mediáticas. Firme en su intención de preservar su ciclo de apropiación y dilapidación de las riquezas nacionales. Hay cuatro ejes actuantes en el presente de ese peligro contra México que lleva a la cancelación de su futuro autónomo: a) La imposición de una ruta de globalización equivocada, que no inscribe a México en el mundo sino en la economía y en la geopolítica de la potencia vecina; b) La fabricación doméstica de un “libre mercado” de altas ganancias especulativas y de muy bajos costos y contrapesos; c) La decisión de convertir a la Seguridad Pública en la prioridad para (des)gobernar a una nación fracturada por la desigualdad, y d) El resurgimiento autoritario en la democracia. Por la acción cotidiana de esos ejes, el presente se hace frágil y lanza a la población a la incertidumbre y el desamparo; pero a la vez se configuran y se entrelazan luchas y resistencias a lo largo y ancho del país que mantienen a pulso la querella por el presente.
MANTENER AL PAÍS EN EL CAMINO SUBORDINADO
Desde mediados de los años noventa hasta la fecha, el Consenso de Washington –la captura de las políticas soberanas de los Estados por los grandes poderes financieros– fue erosionado por procesos internos nacionales y cambios globales. La presión de las demandas sociales, los gobiernos alternativos de las izquierdas, hasta las crisis recurrentes y las voces de alerta de expertos –y de no pocos organismos internacionales–, volvió a plantear la urgencia de atender a fondo la desigualdad y reconectar al Estado con el desarrollo. Entre 2008 y 2009 esa ruta hegemónica del Mercado recayó otra vez en la crisis, mientras se aflojaron las tenazas de poder y se abrieron muchas posibilidades para inventar/rehacer caminos heterodoxos y plurales a escala planetaria. Ironía del momento: en los Estados Unidos, con Obama a la cabeza, se intentan regulaciones financieras a los bancos privados y el rescate de la salud pública. El drama es para nosotros: la neocolonización mexicana promovida por la burocracia financiera del Banco de México y de Hacienda mantiene a México como uno de los pocos lugares que se aferra a lo que queda de ese Consenso deshilachado. Cuando las tenazas del poder globalizador se aflojaron, nuestros globalifílicos sólo cerraron los ojos y se atrincheraron en su rancho.
Los cambios mundiales obligan a reconsiderar el papel del Estado en el desarrollo, la necesaria regulación capitalista y el resurgimiento de pactos y de agendas sociales. En contra de los muchos síntomas de las transformaciones globales, la decisión mayor de ciertas elites mexicanas es que es posible no sólo mantener un modelo antisocial, sino enraizarlo y extenderlo. Vivimos en esa ofensiva que desarticula a la República y a la nación.
Para estas elites la única globalización posible es quedarnos como patio trasero del vecino del Norte. Ahondar la integración económica y quedar inserto en su geopolítica. México y Colombia son piezas claves de una estrategia norteamericana que vincula seguridad y captura de los ejércitos nacionales. Como asunto de fondo está la urgencia para controlar los recursos naturales de la región, en primer lugar el petróleo. Y no parece ser entonces una casualidad que mediante las “guerras contra el narcotráfico” se avance en un esquema de control militar de “nuevo tipo” justo donde se encuentran las grandes reservas probables del Golfo. ¿Se trata de crear una zona abastecedora de petróleo barato y de escudo militarizado contra la paranoia norteamericana del momento? En ese medio infértil sólo habrá soberanías nacionales bonsái.
INVERNADERO SUBSIDIADO Y DETERIORO PRODUCTIVO Y DE LAS ECONOMÍAS SOCIALES
Entre 1960 y 1980 se duplicó la población del país, lo que obligó a “echar otro piso” para afrontar el “problema”. En las casi tres décadas siguientes una plena hegemonía empresarial, que dominó “lo público” (presupuestos públicos y medios de comunicación en primer lugar), reventó el híbrido capitalista y popular post-revolucionario, suprimió sus “frivolidades” redistributivas y aseguró que reorientar y concentrar los excedentes sociales hacia (algunas) empresas locomotoras asociadas a la exportación y a los servicios de punta arrastrarían al conjunto del país hacia el desarrollo pleno. Se requería volver a levantar en ese plazo otro piso de infraestructuras y de capacidades productivas de parecido tamaño para aprovechar el bono demográfico y cumplirle a las generaciones jóvenes. En su lugar se acentuó el gigantismo de algunos conglomerados financieros, industriales y de servicios. Mientras que, en riguroso paralelo, se desmantelaban las infraestructuras productivas y de servicios a escala nacional. Así nació este presente de “desperdicio” de los jóvenes.
Hay tres engranajes claves que producen hoy este desastre: a) La inhibición de la acción productiva del Estado y de su alianza presupuestal, y de fomento, con la pluralidad de formas productivas existentes en el país, de pequeños y medianos empresarios y de figuras diversas de la economía popular; b) La apuesta dirigida a canalizar gran parte del excedente hacia los segmentos altamente rentables de la economía exportadora, de los servicios financieros y de las tecnologías de comunicación (que, oh casualidad, estaban en manos de amigos y aliados locales o globales de los nuevos gobiernos: de ahí el “capitalismo de los compadres”); c) La apropiación de presupuestos y ahorros públicos, del trabajo barato y de territorios en propiedad social para alimentar a esta coalición depredadora por medio de “reformas estructurales” privatizadoras, expropiaciones de propiedad social y privatización de patrimonios y servicios.
DESGOBERNAR
Desde su inicio, el gobierno encabezado por Felipe Calderón tuvo que cargar con el sello de la ilegitimidad, en el marco de una gran polarización política y social del país y una vasta oposición a su proyecto. En un gesto típico de las derechas globales –y de Bush hijo, en particular–, decidió dar un manotazo en la mesa creando una agenda policíaca como prioridad nacional. Para neutralizar la división en su contra se creó al enemigo interno: un viejo socio subordinado, el narcotráfico. Para frenar las presiones hacia la atención a la desigualdad se impuso a contracorriente la nueva prioridad de la seguridad pública. La necesaria atmósfera de miedo fue encargada a una Mátrix mediática que ejerce día a día la pedagogía del miedo, construyendo mundos virtuales de violencia infinita para que la gente acepte la mano dura. Y, en contra de la salud de la República y de sus contrapesos, definió una ruta de atropellos para consagrar una presencia militar cotidiana y masiva en la vida civil que invade diferentes niveles de gobierno (locales, estatales).
¿Para qué sirve esta estrategia de alto riesgo? Queda claro que no es para frenar el próspero negocio del narcotráfico y sus luchas por territorios, sino para fincar una gobernabilidad que desgobierna: restablecer al Poder Ejecutivo fuerte con un presidente débil mediante el uso de la fuerza –policíaca y militar–, en condiciones de una descentralización ya lograda a gran escala del poder formal e informal. El calderonismo hizo y hace violenta; incierta y decadente la vida política nacional. Por un lado intenta neutralizar a las oposiciones sociales y políticas con la militarización y la criminalización de la protesta, y por el otro trata de avanzar en su nuevo orden impulsando el desorden. Para ello tiene que reforzar a tres poderes autoritarios, pilares naturales de la jerarquía, donde el mando vertical y la obediencia ciega forman parte de su naturaleza íntima: la Iglesia, el ejército, el mundo empresarial y los (sus) poderes mediáticos.
Esta manera de gobernar desata fuerzas que desgobiernan. El “monopolio de la violencia” legal se encontró con una “democratización de la violencia” ilegal que le iguala en capacidad de fuego e incendia ciudades y corredores turísticos. Mientras, el avance de dicho modelo antisocial y el clima de guerra que se impone desatan resistencias y oposiciones sociales, intelectuales y políticas.
NUEVO AUTORITARISMO EN EL VIENTRE DEMOCRÁTICO
De 1995 a la fecha la globalización salvaje empezó a frenarse por muy diversos motivos: crisis, oposiciones sociales y políticas y, sobre todo, por la existencia de un tejido democrático más plural y más denso. Se hizo claro que el modelo antisocial del neoliberalismo había crecido gracias a decisiones autoritarias de los presidentes y que carecía de consensos. En 1997, con un Congreso sin mayoría oficial y con gobierno cardenista en el ombligo de México, parecía obligado que a abrir un proceso de efectiva formación de consensos que integrara disensos y oposiciones. La democracia en serio se encontraba a la mano. Pero en lugar de ello disfrazó el presidencialismo anterior por la vía de pretender resolver la ausencia de consensos mediante un trazo vertical de decisiones: el autoritarismo democrático. Desde entonces la democracia –y sus contrapesos– se ve como traba. A partir de 2006 el asalto a la República y a la democracia pretendió convertir en virtud pública la ambición de gobernar sin consensos bajo el eufemismo de “rehacer la mayoría”.
Visto en su conjunto, el menú para forjar el autoritarismo democrático tiene un extremo civil y otro policíaco–militar. En su extremo civil están los varios expedientes para forjar mayorías sin consenso (segunda vuelta parlamentaria y electoral), la creación de elites permanentes que eviten la irrupción incierta de los recién llegados mediante la reelección en puestos de elección popular. En medio del menú, como eje real, una presidencia fuerte con atribuciones de conducción de la política exterior, de veto hacia las cambiantes mayorías del Congreso y de “reconstrucción presupuestal” para deshacer lo que haga el Congreso. Y en el otro extremo, el de su filo armado, la centralización policíaca con ayuda militar y en alianza con los Estados Unidos.
A PESAR DE TODO: EL EMPATE DE FUERZAS
Con esos cuatro ejes se intenta controlar al presente, monopolizar la construcción del futuro e inhibir todo intento por salirse de la “ruta única”. Por eso es fundamental la querella por el presente, su crítica, el disenso, la resistencia y la forja de alternativas. No es sólo un pleito de soluciones “técnicas”, sino sobre todo de sentido.
El mundo feliz del calderonismo y sus profetas en búsqueda de socios plurales debe desarmarse. En lugar del extravío de buscar acuerdos en la agenda desnuda del rey desnudo, y desaprovechar el escaso tiempo disponible para revertir la pesadilla demográfica de millones de jóvenes sin presente, necesitamos recuperar la autonomía de propuesta.
La siembra de ánimo: voluntad y programa que una vasta pluralidad de mexicanos no deja de hacer en fechas (ahora) históricas: el levantamiento zapatista en 1994, la victoria cardenista en 1997, los debates sobre proyectos de nación de 2000 y de 2006, el surgimiento de un polo de convocatoria y de liderazgo como no existe otro en el panorama nacional con Andrés Manuel López Obrador, desde 2005 hasta la fecha.
La crítica y la memoria autónoma, la resistencia y el disenso, la emergencia de una pluralidad social, intelectual y política, dan consistencia y vitalidad al gran reto de nuestros días: abrir en la querella del presente otro sentido al desarrollo nacional en la globalización.
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