EL MÉXICO PROFUNDO DE BONFIL BATALLA

Jaime Vieyra

Hay un puñado de libros decisivos para comprender el origen, la historia y las posibilidades de la sociedad mexicana. Su importancia estriba en ofrecer interpretaciones amplias y profundas (y por eso mismo muy polémicas) de lo que somos como pueblo. Se trata de obras distintas entre sí, pero que comparten el sentido crítico y la voluntad de ir hasta el fondo del asunto, aunque esto signifique cuestionar las más caras ilusiones del nacionalismo oficial. Pienso, entre otras obras, en El perfil del hombre y la cultura en México, de Samuel Ramos; El laberinto de la soledad, de Octavio Paz; El análisis del ser del mexicano, de Emilio Uranga; México profundo. Una civilización negada, de Guillermo Bonfil Batalla. El objetivo de este artículo es recordar la tesis principal del libro de Bonfil y hacer un balance general de sus aportes a la auto-comprensión crítica de México.


El México profundo y el México imaginario
La tesis central de Bonfil establece que en la raíz de las crisis recurrentes de la sociedad mexicana se encuentra un conflicto no resuelto entre dos matrices civilizatorias distintas: la mesoamericana y la occidental. Una civilización, en la perspectiva de Bonfil, constituye un marco general de relaciones interculturales, un plan general de vida compartido por un conjunto de pueblos, cada uno de los cuales posee su identidad cultural peculiar.
La civilización mesoamericana se ha formado a lo largo de milenios, desde la llamada cultura madre olmeca hasta las culturas indígenas de hoy. Bonfil señala una serie de rasgos culturales en los que se manifiesta la unidad y continuidad de la civilización mesoamericana, desde el cultivo del maíz hasta las concepciones del tiempo y la relación con la naturaleza, pasando por las formas de autoridad, los procesos de inculturación y diversas tradiciones. Pero el desarrollo autónomo de esta civilización fue interrumpido drásticamente por la invasión de la civilización europea u occidental, asentada en la religión cristiana, en una tecnología superior de dominación y en una valoración protocapitalista de la riqueza. Al genocidio y etnocidio producidos por la invasión militar siguió la aplicación de estrategias de subjetivación, destinadas a extirpar de raíz las identidades culturales originarias. Sin embargo, en un prodigio de resistencia, la civilización mesoamericana desarrolló mecanismos de ocultación, rebelión, apropiación e innovación cultural que ha permitido sobrevivir a varias decenas de culturas indígenas y mantener diversos rasgos culturales en el mundo rural y aun en la ciudad de México. Bonfil elabora el concepto de México profundo para caracterizar la presencia de la civilización india en las formas de vida cotidianas de la mayoría de los mexicanos, incluso en aquellos que no se reconocen explícitamente como indios. La antítesis del México profundo es el México imaginario, constituido tanto por los grupos dirigentes, afiliados incondicionalmente a los criterios y valores de la civilización occidental, como por las clases medias, desarraigadas culturalmente y adormecidas por las promesas de la sociedad de consumo.


La escisión cultural
Bonfil analiza el conflicto del México profundo y el México imaginario a lo largo de la historia nacional. Ésta nos revela que ha sido el México imaginario el que ha definido los sucesivos proyectos socioculturales del país, sin reconocer ya no digamos la importancia, sino incluso la presencia de lo indígena en la sociedad mexicana. La visión colonizadora del México imaginario percibe lo indígena como lo atrasado, lo bárbaro, lo carente de cultura y civilización; se trata siempre para los grupos dominantes de alcanzar el desarrollo, el primer mundo, el progreso y la modernidad, sin preguntarse jamás sobre el por qué, el para qué y el hacia dónde de tal modernización. Desde la perspectiva de Bonfil, las políticas indigenistas del Estado mexicano están basadas en una concepción occidentalizadora y paternalista de las comunidades indígenas: no se pretende realmente eliminar los obstáculos al desarrollo autónomo de los pueblos indios, sino “mestizarlos”, es decir, integrarlos a la sociedad dominante. Y es que la escisión cultural de la sociedad mexicana no puede superarse, insiste Bonfil, mediante la aplicación estatal de políticas especiales para los pueblos indios.
Plantear el problema en sus verdaderas dimensiones requiere, en principio, reconocer el conflicto entre el México imaginario y el México profundo. En segundo lugar, aceptar que no se trata de un problema coyuntural o local, que podría solucionarse con la atención a algunos “rezagos” de salud y alimentación, puesto que se trata del problema fundamental de la sociedad mexicana. En tercer lugar, evitar la confusión entre las desigualdades sociales (que existen y exigen soluciones verdaderas) y las diferencias culturales (que también existen, pero no como obstáculos, sino como patrimonio y fuente de alternativas culturales). En cuarto lugar, plantear el problema en términos de civilización, es decir, como proyecto de construcción de un marco democrático de relaciones interculturales, consensado por los distintos grupos de la sociedad nacional.


La democracia cultural
El proyecto de civilización pluralista implica una inversión de perspectivas: se trata de ver a Occidente desde México y ya no de ver a México desde el punto de vista de los valores y criterios occidentales. Esto no implica para Bonfil negar o renunciar a la civilización occidental, sino depurarla, eliminando su pretensión cultural hegemónica, exclusiva y excluyente, y constituir una cultura distinta, fecundada por y fecundadora de las culturas de estirpe mesoamericana, así como de las culturas regionales y minoritarias que existen en México. El reconocimiento de la legitimidad de cada cultura, su derecho a un futuro propio, además del compromiso de crear las condiciones para su florecimiento y cancelar las condiciones de la dominación colonial son los principios esenciales del proyecto pluralista.
No bastaría el simple “respeto”, máscara habitual de la integración anuladora o el desdén. Es preciso asumir el derecho a la diferencia cultural (es decir, el valor de la diversidad cultural) como contenido explícito del nuevo proyecto nacional. Esto es imposible, por supuesto, sin el desarrollo de una democracia cultural, cuyas condiciones establece Bonfil en cinco puntos:

1. No disociar la globalización y la emergencia de las particularidades culturales en el contexto mundial: comprender que los cambios culturales ocurren por factores externos e internos y que el cambio es el modo de ser de la cultura;
2. Asumir y defender el derecho de las culturas a determinar sus factores internos de transformación de acuerdo con decisiones autónomas;
3. Cuestionar y rechazar la globalización impuesta, así como el concepto unilateral individualista de democracia que niega los derechos de los pueblos y las minorías;
4. Avanzar hacia un concepto amplio de democracia cultural, más allá del ámbito nacional, en el que se afirme la capacidad de las culturas para diseñar autónomamente sus propios modelos de desarrollo;
5. Comprender que la concepción de la cultura que mantienen los grupos dominantes en México es por vocación negadora de la alteridad cultural y que, por tanto, la cancelación de las relaciones de dominación es una condición indispensable para la realización de un nuevo proyecto nacional.


El espejo roto
Guillermo Bonfil Batalla murió en 1991. No pudo ser testigo de la irrupción del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en 1994, ni de la “alternancia” de partidos en el gobierno federal desde el año 2000, aunque alcanzó a participar del entusiasmo de las movilizaciones ciudadanas en 1988 por un cambio significativo en el régimen político del país. Y también a advertir el peligro de que las reivindicaciones se quedaran limitadas a un simple cambio de gobierno y no se plantearan una transformación del proyecto nacional. Seguramente habría saludado el levantamiento zapatista y colaborado en las mesas de diálogo por los derechos culturales de los pueblos indios.
La negativa del gobierno federal a cumplir los acuerdos pactados con los zapatistas, así como la mezquindad de la clase política mexicana en su conjunto no habrían, sin embargo, eliminado su esperanza, pues no es en los poderes establecidos donde encontraría eco su propuesta cultural pluralista. Sin duda el planteamiento de Bonfil es esquemático y no valora suficientemente la herencia cultural europea y occidental, que también nos constituye profundamente. Pero tiene razón en lo esencial: un proyecto de país que se impone por la fuerza al México real asentado en una herencia cultural milenaria, es un proyecto históricamente inviable.

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