LA HISTORIA DE LOS ESTADOS UNIDOS AMEXICANOS

Carlos San Juan


Enrique Krauze dice verdades que mienten. Su visión personal de los últimos veinte años mexicanos es la del brillante tránsito del mundo hacia la democracia y el mercado. México por fin disuelve su condición multicolor (cultural, política, social) en el uniforme gris del mundo occidental: el viejo sueño de Octavio Paz que empezó a esgrimir desde los años cincuenta del siglo pasado. Para dibujar ese tránsito elige el año de 1989 (aunque su ensayo se compromete con un año anterior, 1988) donde, nos dice, ocurrieron dos coincidencias: la fusión de la ruta mundial con la nacional, por un lado, y la caída mítica del muro de Berlín por otro. Coincidente además con el primer triunfo del PAN a escala de gubernaturas, en Baja California. Pero si, como dice el título de su ensayo, se hubiese atenido a 1988, otro sentido de nuestro pasado inmediato aparece turbador: el robo electoral del triunfo de Cuauhtémoc Cárdenas pero,

sobre todo, la emergencia de una mayoría nacional que le dice NO al viraje neoliberal.

Krauze, decíamos, dice verdades que mienten. La verdad es que sí ocurrieron el triunfo del PAN y la caída del muro. La mentira: ocultar que en México se le puso un candado a la democracia.

Desde esa manipulación, que oculta e intenta borrar la memoria del país a los más jóvenes, Krauze narra a sus lectores cómo México tuvo su transición, incierta y lenta. El presente, nos dice, es una estación final donde México se sacude las máscaras de la simulación y vive en plena democracia: elecciones competidas, alternancia, equilibrio de poderes, federalismo. Pero no se menciona el tamaño y el sentido del descalabro democrático vivido en el segundo gran fraude para frenar a la izquierda: las elecciones de Andrés Manuel López Obrador en 2006.

También menciona con halago los retos de los dos gobiernos priístas y de los dos panistas del periodo para abrirle paso a una economía de mercado y para dar entrada a la democracia liberal (más rápida y sostenida la primera; con retrocesos y a cuentagotas, la segunda). Reprueba a Carlos Salinas de Gortari por no intensificar la reforma política, pero lo aprueba en la reforma económica; elogia a Ernesto Zedillo con quien —siempre en su versión— se consolida esa ruta de mercado y democracia; reprueba a Vicente Fox que, aunque disciplinado en las finanzas, resultó ser un presidente frívolo; y aprueba a Felipe Calderón por haber iniciado —por fin— la guerra contra el narcotráfico, acentuado las privatizaciones y aprovechado un clima de acuerdos con el Congreso para el avance sobre decisiones sustantivas (como la reforma energética).

Su historia es optimista. Señala errores, pero al final transmite satisfacción y cierto orgullo, como el del oráculo que ve cumplidas sus previsiones. Tal vez por ello no se menciona la acentuación de la desigualdad y la pobreza, la caída abrupta del crecimiento, la concentración de las riquezas y el regreso galopante de una sociedad jerárquica, racista y desigual. Tampoco se habla del “desencanto” ciudadano frente a la tan mencionada “democracia”. Sólo existe esa marcha triunfal sin disenso alguno.

¿Y para qué el disenso si Krauze sólo registra lo que el poder actual considera sus triunfos?: un Tratado de Libre Comercio que permitió aprovechar la vecindad con la gran potencia para crear un sector exportador; las privatizaciones que abarataron las tarifas ¡de Telmex!; la transformación productiva y comercial de ciertas franjas del agro a pesar de los campesinos; la migración no como tragedia de la desarticulación nacional, sino como heraldo de los nuevos tiempos (pues se convirtió en la competidora del segundo puesto como proveedora de divisas). Y una guerra necesaria contra el narcotráfico que, a pesar del reguero de muertos —dice sin aportar cifras—, tiene los mejores resultados. Y como buen liberal, coloca en el centro de esta transformación a dos individuos reconocidos por el mundo, uno en el arte, Octavio Paz, y otro en la ciencia, Mario Molina. El temple crítico del texto, tan elogiado por sus amigos, se concentra en advertir que el medio ambiente no se atiende bien, y su tolerancia se vuelve notable al “recuperar” al Ejército Zapatista de Liberación Nacional cuando, reducido a la “justa demanda de los indios” —en la Segunda Declaración de la Selva Lacandona—, llamaba a realizar una reforma de Estado.

El claroscuro y los muchos protagonistas políticos y culturales de estos años se convierten en UNA historia luminosa; en una narración de cómo México se hizo igual al mundo: democrático y de mercado. Krauze usa el bisturí para vender como verdad los credos de un liberalismo ultraderechista. A su sombra se destierran ideas —ellas sí caras a los liberales del siglo xix— sobre las revoluciones fructíferas, sobre el decisivo papel de la pluralidad social, sobre las tradiciones redistributivas de poderes y riquezas. También se destierra el enorme peso de los imaginarios laicos de justicia. Y ni qué decir sobre el peso de “lo popular” en la historia.

Esta versión del pasado reciente coincide con los imaginarios de las elites dominantes en los últimos 20 años, y festina los actos del actual gobierno. El muy largo proceso histórico de una sociedad multicultural termina en este presente donde concluye su transformación en el Occidente deseado por algunos liberales desde el siglo XIX. Los muchos aportes de clérigos, militares, abogados, dirigentes populares, movilizaciones, situaciones de guerra y rebelión, y que abonaron la otra historia, la nacional y popular centrada en la Justicia de la convivencia, se borra para dar paso a la saga de la Libertad (de unos cuantos). La gran diferencia del siglo XX con respecto a los grandes Notables del siglo XIX, donde por vez primera la República integró a la Justicia Social como su clave de relación con la sociedad mayoritaria, simplemente es borrada. No existe.

Así se asoma la novísima narración del pasado mexicano que hace un liberalismo rehecho a la moda derechista actual, muy lejos del complejo liberalismo histórico mexicano, y que se pasea con aires de profesionalismo y de neutralidad ideológica en la historia mexicana. Sin embargo en esta historia —la verdadera, la nuestra—, el liberalismo tuvo muchas facetas: desde la promoción del capitalismo y la renovación de las elites dominantes, hasta la que, con una significativa carga social, llegó a preocuparse en verdad por la justicia y la redistribución de poderes y riquezas.

Krauze hace una reducción simplista de ese liberalismo mexicano, traduciéndolo desde el lente que le ofrece el liberalismo actual profundamente derechista. En una operación intelectual y de poder gigantesca se remastica la historia toda para apuntalar el peso de las elites, el papel de los grandes individuos. Produciendo la idea de ese mundo perfecto del mercado y de la “democracia” reducida a mecánica institucional.

Con el texto de Krauze parece cerrarse al fin un largo ciclo intelectual inaugurado por el verdadero Oráculo, Octavio Paz, cuando en Postdata y en El ogro filantrópico propugnó por un México que llegara a ser igual a las economías de mercado y a las democracias electorales de las metrópolis. De entonces a la fecha se truncó una veta intelectual que el mismo Paz visitó en El laberinto de la soledad, en una visión no exenta de brillantez pero que se encontraba dominada ya por una extrema ambición cosmopolita.

Con el texto de Enrique Krauze no contamos con una nueva “visión” de nuestra historia reciente. Tenemos, eso sí, la verdadera historia de los Estados Unidos Amexicanos.

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