SEIS CUENTOS

CUADERNO AZUL NÚMERO 2

Había un hombre pelirrojo que no tenía ojos ni orejas. Ni siquiera tenía cabello, así es de que eso de que era pelirrojo es un decir.
No podía hablar porque no tenía boca. Tampoco tenía nariz.
Ni siquiera tenía brazos ni piernas. Tampoco tenía estómago ni espalda ni espina dorsal ni intestinos de ningún tipo. De hecho, no tenía nada. De modo que es muy difícil entender de quién estamos hablando.
Tal vez sea mejor ya no hablar nada más de él.
Sinfonía número 2
Anton Mikhilovich escupió y dijo: “¡hugh!”, otra vez escupió y dijo: “¡hugh!”; volvió a escupir y otra vez dijo: “¡hugh!”; y luego desapareció. ¡Al diablo con él! En lugar de él déjenme hablarles de Ilya Pavlovich.
Ilya Pavlovich nació en 1893 en Constantinopla. Cuando apenas era un niño su familia se mudó a San Petersburgo, donde se graduó en la Escuela Alemana ubicada en la calle Kirchnaya. Luego trabajó en una tienda y después en alguna otra cosa. Cuando empezó la Revolución él emigró. Bueno, ¡al diablo con él! En su lugar, permítanme hablarles de Anna Ignatievna.
Pero no es fácil hablar de Anna Ignatievna; en primer lugar, porque no sé casi nada sobre ella; y en segundo, porque me acabo de caer de la silla y se me ha olvidado qué les iba a decir. Así es de que mejor les hablaré de mí.
Soy alto, razonablemente inteligente. Me visto con mesura y buen gusto. No bebo, no apuesto en las carreras de caballos pero me gustan las damas. Y a las damas yo no les importo. A ellas les gusta salir conmigo. Sarafima Izmaylovna me ha invitado a su casa varias veces, y Zinaida Yakovlevna ha dicho que le encantaría verme. Pero yo tuve un gracioso incidente con Marina Petrovna, del cual quiero platicar. Fue un asunto muy ordinario pero algo divertido. Por mi culpa Marina Petrovna perdió todo su cabello, quedó calva como nalga de bebé. Sucedió así: cuando llegué a visitar a Marina Petrovna, ¡zas!, perdió todo su cabello. Así como así.
Ancianas que caen
Debido a su excesiva curiosidad, una anciana cayó de su ventana y se estrelló contra el suelo.
Otra anciana se acercó a su ventana y miró a la que se había estrellado, pero debido a su excesiva curiosidad también se cayó y quedó estampada sobre el suelo.
Fue entonces que una tercera anciana cayó de su ventana; y luego una cuarta; y después, una quinta.
Cuando la sexta anciana cayó de su ventana yo me aburrí de haber estado viéndolas y me fui al Mercado Maltsev donde dije: “¿Hay alguien que le regale un mantón a este pobre ciego?”

Andrey Semyonovich
Andrey Semyonovich escupió en un vaso de agua. Inmediatamente el agua se puso negra. Andrey Semyonovich torció los ojos y miró atentamente al interior del vaso. El agua estaba muy negra. El corazón de Andrey Semyonovich empezó a latir fuerte. En ese momento el perro de Andrey Semyonovich se despertó. Andrey Semyonovich se acercó a la ventana. Sucedió que el perro de Andrey Seyonovich salió volando y como un cuervo se posó sobre el techo del edificio de enfrente. Andey Semyonovich cayó de rodillas y se puso a chillar. A la habitación llegó corriendo el camarada Popugayev.
–¿Qué te pasa? ¿Estás enfermo? –preguntó el camarada Popugayev.
Andrey Semyonovich guardó silencio y se restregó los ojos.
El camarada Popugayev echó un vistazo al vaso que estaba sobre la mesa.
–¿Qué has echado ahí dentro? –le preguntó a Andrey Semyonovich.
–No sé –respondió Andrey Semyonovich.
En un instante desapareció Popugayev. El perro entró volando por la ventana, se echó sobre su lugar de costumbre y se durmió.
Andrey Semyonovich se dirigió a la mesa y tomó un trago del vaso con agua ennegrecida. En ese momento, el alma de Andrey Semyonovich se llenó de luz.

Las cosas
Orlov comió muchos frijoles fritos y murió. Y cuando Krylov vio a Orlov muerto, también murió. Pero Spridolov murió sin razón alguna. La esposa de Spridolov se cayó en la cocina y también murió. Pero los hijos de Spridolov se ahogaron en un estanque. Mientras tanto, la abuela de Spridolov se volvió alcohólica y se fue de vagabunda. Pero Mikhailov dejó de peinarse y se enfermó. Kruglov le dio un latigazo a una dama y enloqueció, Perehvostov compró un alhambre por 400 rublos y se sintió tan deprimido que le prendieron fuego.
Las personas buenas no están aptas para tener una posición segura en la vida.
22 de agosto, 1936


Un soneto
Hoy me sucedió algo extraño: de repente olvidé si primero venía el 7 o el 8. Fui con mis vecinos para conocer su opinión sobre esa secuencia. La extrañeza de ellos y la mía fueron grandes cuando, de pronto, descubrieron que ellos tampoco podían recordar cuál era el orden de esos números. Ellos se acordaban de contar 1, 2, 3, 4, 5, 6; pero olvidaban qué número seguía. Entonces decidimos ir a la tienda más cercana, la que está en la esquina de las calles Znamenskaya y Basseinaya, para consultar ese asunto con la cajera. La cajera nos sonrió como padeciéndonos, se sacó de la boca un martillito y, moviendo su nariz con suavidad hacia adelante y atrás, nos dijo:
–En mi opinión, el siete viene después del ocho sólo si el ocho viene después del siete.
Le dimos las gracias a la cajera y contentos salimos de la tienda. Pero luego, pensando con cuidado en lo que dijo la cajera, nos pusimos tristes porque sus palabras estaban vacías de significado.
¿Qué se supone que haríamos? Fuimos al Jardín Primavera y empezamos a contar árboles, pero al llegar al seis nos deteníamos y empezábamos a discutir. Algunos opinaron que el siete era el que seguía; pero otros decían que era el ocho. Estuvimos discutiendo mucho tiempo cuando, por un golpe de suerte, un niño se cayó de una banca y se quebró las quijadas. Eso nos distrajo de nuestra discusión.
Y cada quien se fue a su casa.
12 de noviembre, 1935

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