VICEVERSA

Miguel Ángel García

Alfonso tenía un trastorno, un trastorno tenía Alfonso. En realidad nunca lo tuvo, nunca lo tuvo en realidad (Freud, el psicoanalista Polvo de Ángel, se lo imputó post mortem; tardó 14 lustros en hacerlo). Con clero y gobierno en su contra: manicomio, anatema y cárcel: la respuesta. Simone de Beauvoir y Albert Camus defendieron su lectura pues en su tiempo, otro tiempo, no este tiempo, hablar de sexo era un atractivo pecado.
Dicen que el demonio calcinaba el alma de Alfonso mas en el alma de Alfonso se calcinaba el demonio. ¿Dudas al respecto? Pregunten a Justine y Juliette, las vírgenes que pagaron los platos rotos. Su eterno flagelo vino de una mente retorcida, retorcidamente. Sólo así (¿sólo así?) se pueden imaginar 120 días de Sodoma y miembros de 16 pulgadas diametrales cuya eyección seminal llena jarras... de leche.
Cópulas interminables con meretrices insaciables, inocencias interrumpidas ininterrumpidas veces. Vejaciones a la dignidad aquí y allá. Orgías, lujuria desbordante, encierro creador de fantasmas exigiendo ser materializados con el Fin de alcanzar un Principio: el Placer.
Alfonso sufrió con sus narraciones, la gente sufre con ellas. Alfonso disfrutó sus narraciones... y viceversa.

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