JONÁS

Miguel Ángel García

Incisión sobre incisión, negligencia, una cicatriz sobre otra. Recuerdo, Jonás está cansado de evocarte en las tinieblas. ¿Cómo decirte que le haces falta? La plaza se encuentra sola y la fuente irriga vida en el lugar donde jamás estuviste. Hastiado de esperarte se monta en el poema y abrocha el cinturón de seguridad. Va hacia ti.
En la serranía de lo intangible dos cisnes pugnan ferozmente. Pasan días, semanas, y los cisnes siguen fornicando. Jonás está varado, el poema se lastimó una aleta y se muestra renuente a caminar. Es entonces cuando Jonás entiende que antes de ser paloma de la paz fue cuervo y por ello extrae una pluma del bolsillo izquierdo de su cerebro y se la da al poema, éste comienza a elevarse: bendito placebo.
Recuerdo, en el camino Jonás recoge los rescoldos que te hacen posible. Te escucha en el silencio, en la soledad, en la nada. Por fin, llega a su destino (su destino eres tú). La ciudad está dividida en dos: una mitad que desconoce y una mitad que no existe. Para evitar extraviarse prefiere internarse en la mitad inexistente. El poema se aleja, lo deja solo. Miento. Está con su perra, con su perra suerte.
La oda de los asesinos ronda su cabeza, desde ahí devora las entrañas de la tierra. Recargado sobre el árbol se pregunta por la veracidad de la mentira. Recargado sobre el árbol se pregunta por la cierta verdad que habita en la sospecha. Recuerdo, estás azulado y no quiere tocarte, sólo charlan, beben anhelos y planean construir puentes con palabras endebles.
Jonás huele a los demonios, ¡Jonás huele a mil demonios! Éstos regresaron, al parecer nunca se fueron. Jonás abre la boca y hace lo inverosímil: vomita vivo al enorme pez que llevaba tres días rezando en su vientre.

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