Carlos San Juan
1. VIVIMOS EN EL DESACUERDO. Nuestra época es del Gran Disenso: no hay acuerdo sobre el rumbo de la Nación. Hay, por una parte, una minoría aliada al Imperio que procura una casa con fachada de Palacio de Hierro, exclusiva y excluyente, que mira y se integra a Estados Unidos, regida por el dinero, el poder y la “alta” cultura. Y existe, por la otra, una mayoría que insiste en tener una gran casa para todos, autónoma y mirando al Sur, multicultural y plena de las potencias de sus territorios, el trabajo, sus culturas y poblaciones, y regida por la Justicia. Los proyectos de Nación alternativos llaman a resolver este disenso en una nueva hegemonía donde las mayorías, ahora periféricas, pasen al centro.
2. Los proyectos de Nación surgen como iniciativas para resolver la pugna real que ahora ocurre. Detrás del proyecto hay un combate. No se trata de un concurso de discursos y buenos deseos; se trata de alimentarse de los muchos conflictos para resolverlos en clave nacional y popular, democrática y ciudadana. Hoy vivimos un gran combate a lo largo y a lo ancho del país: una ofensiva oligárquica que intenta controlar territorios, recursos, los excedentes nacionales, la educación, los imaginarios sociales, la democracia, los medios masivos, la inserción subordinada a Estados Unidos. Y que controla una enorme aspiradora que succiona el esfuerzo nacional y deshecha y margina a la mayoría que vive de su esfuerzo diario. Frenar su ofensiva, reinventar gobiernos y políticas, desatar alianzas amplias cargadas de sentido de servicio a la nación y al pueblo, es la tarea central. Hoy un proyecto de gobierno alternativo tiene que fomentar a la vez varios proyectos de construcción de bloques de alianzas sociales, una conjunción de autonomías: la del Estado que procura y la de la sociedad que se organiza y organiza sus objetivos.
3. En el trayecto centenario de nuestra Nación hay un pleito recurrente: se repiten las coagulaciones oligárquicas, momentos de su pleno dominio que, sin embargo, no destierran y sí alimentan, como resorte replegado, a las irrupciones populares que rehacen a las dominaciones y las acotan. Los breves momentos en que se crearon márgenes ciertos de justicia y libertad —que resuelven agravios y retoman esperanzas populares, ciudadanas y nacionales— son los fundadores de los mitos de la convivencia nacional: la guerra popular de independencia y la revolución social de 1910 con sus conquistas de tierra, salarios justos, recursos y territorio nacional soberano, ciudades abiertas; las luchas democráticas del 68, el 88 y el 2006. Hay una memoria oligárquica de dominación, pero también una memoria nacional, popular y ciudadana de conquista y ejercicio de derechos. Nuestra época fue dominada por la coagulación, sangre estancada, oligárquica. El proyecto alternativo le apuesta al resorte plegado, al flujo intenso de la irrupción popular en el amplio bastidor de las alianzas pluriclasistas.
4. Los proyectos de Nación son productores de sentido. Pelean contra la razón oligárquica que desvaloriza a la población mayoritaria y a su historia: de que sólo se invierte positivamente cuando se apoya con dinero público a los más ricos; de que los apoyos a los productores y al salario son un gasto improductivo y que provocan inflación; de que la cultura de elite debe fomentarse por encima de los saberes y culturas populares; de que el mexicano es un ser corrupto e improductivo. Los proyectos de Nación alternativos deben provocar una transformación de los valores y mitos del vivir en común; reconocer el valor de lo que el pensamiento oligárquico desprecia: la historia nacional popular, la potencia de la gente, la riqueza de las muchas culturas.
5. Es posible rehacer de otra manera los cimientos profundos, materiales, de una gran casa para todos. Los excedentes nacionales y las políticas abiertas deben promover a un gran bloque de productores en alianzas estratégicas: alianza del trabajo y la naturaleza para aprovechar la biodiversidad y la pluralidad cultural al máximo en términos sustentables; alianzas entre el Norte, el Centro y el Sur de nuestra Nación; alianza entre capitales y economías sociales para rehacer cadenas de producción y comercialización dirigidas al mercado interno y a la exportación; alianzas globales para fortalecer las capacidades productivas nacionales y su inserción en un mundo multipolar. Un gran bloque de productores, desde la diversidad de formas y culturas de producir, resuelve los falsos dilemas de la hegemonía oligárquica: puede crecer y distribuir; puede fomentar el desarrollo en las urbes y en el campo; puede equilibrar a las regiones prósperas en capital y tecnología con las regiones ricas en recursos, culturas y trabajo; puede exportar y a la vez alimentar al mercado interior.
6. Podemos desarticular la gran maquinaria de uso y desprecio de hombres y recursos que montó la oligarquía minoritaria; frenar el regreso de una sociedad jerárquica que valora a los de piel blanca, el dinero y a los “ganadores”; superar la gran fábrica de exclusiones hacia la pluralidad social, de género, edades, etnias y preferencias identitarias. Para ello se requiere un gran bloque social de los iguales en la diferencia, que desde la Nación multicolor pueda establecer tres garantías: la multiplicación de los derechos como conquista real de espacios y formas de convivir, un Estado laico vacío de preferencias para abrirse a las de todos, y el inexistente hasta ahora Estado de Derecho al alcance de los más.
7. La ofensiva oligárquica desvirtuó el sentido de la democracia, ocupó muchos de sus ámbitos estratégicos y utilizó a los medios masivos para imponer su opinión y sus valores. Lo que no pudo hacer fue borrar la rica experiencia de participación de millones de ciudadanos que volvió a florecer en 2006 y puede regresar en 2012. Después de más de 20 años de experiencia democrática, en ocasiones incierta, es posible rehacer el espacio público, el sistema de representación política y la participación directa de los ciudadanos en las decisiones públicas. Con las experiencias conquistadas es posible que el gran río democrático se alimente al menos de tres grandes afluentes de la experiencia colectiva: la apropiación de los pequeños espacios de convivencia, desde barrios hasta pueblos; la apertura de la representación política a los liderazgos ciudadanos y sociales auténticos; el fomento a muy diversos mecanismos de consulta y participación en las decisiones públicas de los gobiernos constituidos. Frente a la centralización oligárquica se requiere oponer la descentralización popular, ciudadana y democrática.
8. La cultura se encuentra desarticulada y en falsas oposiciones: absorbida por los mercados culturales y sus modas, sin mayor vínculo y en oposición entre la “alta cultura” y las culturas populares, en un falso antagonismo entre cosmopolitismos y el ser autóctono. Por el contrario, la cultura puede ser un gran espacio de libertad para que esas oposiciones desarrollen sus exploraciones de encuentro y desencuentro: la creación “absoluta” y la reelaboración de tradiciones; la apropiación de las innovaciones globales y la recreación de las muchas culturas regionales; el impulso a la razón y a la ciencia y el regreso de los mitos que nos revinculan y dan sentido. En ese espacio de libertad la cultura puede convertirse en el escenario de las luchas por el sentido y, en su caso, de las transformaciones de los valores y mitos de la convivencia en común.
9. Vivir en República, de acuerdo a muchas de nuestras tradiciones desde el siglo XIX, el XX y a la fecha, es vivir en una legitimidad fundada en la justicia para la convivencia y una libertad para todos. Vivimos ahora en una República sin fundamentos. Hoy asistimos no sólo al resquebrajamiento de la legitimidad, sino de sus fundamentos esenciales de Justicia y Libertad. Sí hay, en cambio —abundan— acciones para saciar intereses de grupo, actos sin legitimidad ante la mayoría del pueblo, poderes multiplicados y confrontados, la dispersión que debilita, una soberanía sumisa. Superar ese riesgo se llama Refundación. Se requiere volver a los cauces originales para reinventar la convivencia pública de acuerdo a los nuevos desafíos, a ese mito fundacional que se creó en el siglo XX, y que se llama Justicia y se apellida Social: sin corporativismo, aliada a la ciudadanía plena y a la libertad para la multitud plural, fundamento de legitimidad de un edificio institucional renovado.
10. México no se merece el destino manifiesto de ser el patio trasero del Imperio. Integrado en su geopolítica, en los recursos estratégicos, en el uso barato de sus trabajadores, en el “modo de vida” consumista, y con la ignominia del muro del desprecio que ya se levanta en la frontera norte. Hay que derribar el muro. México necesita ser de verdad global. Necesita brincar las bardas políticas, financieras y mentales que le encierran en la geopolítica del Imperio, apuntalar el orden naciente multipolar y mirar hacia el Sur; necesita contemplarse en su espejo y en sus logros de crecimiento y distribución, de democracia con conquista de derechos, de República saludable y de sociedad renovada.
1. VIVIMOS EN EL DESACUERDO. Nuestra época es del Gran Disenso: no hay acuerdo sobre el rumbo de la Nación. Hay, por una parte, una minoría aliada al Imperio que procura una casa con fachada de Palacio de Hierro, exclusiva y excluyente, que mira y se integra a Estados Unidos, regida por el dinero, el poder y la “alta” cultura. Y existe, por la otra, una mayoría que insiste en tener una gran casa para todos, autónoma y mirando al Sur, multicultural y plena de las potencias de sus territorios, el trabajo, sus culturas y poblaciones, y regida por la Justicia. Los proyectos de Nación alternativos llaman a resolver este disenso en una nueva hegemonía donde las mayorías, ahora periféricas, pasen al centro.
2. Los proyectos de Nación surgen como iniciativas para resolver la pugna real que ahora ocurre. Detrás del proyecto hay un combate. No se trata de un concurso de discursos y buenos deseos; se trata de alimentarse de los muchos conflictos para resolverlos en clave nacional y popular, democrática y ciudadana. Hoy vivimos un gran combate a lo largo y a lo ancho del país: una ofensiva oligárquica que intenta controlar territorios, recursos, los excedentes nacionales, la educación, los imaginarios sociales, la democracia, los medios masivos, la inserción subordinada a Estados Unidos. Y que controla una enorme aspiradora que succiona el esfuerzo nacional y deshecha y margina a la mayoría que vive de su esfuerzo diario. Frenar su ofensiva, reinventar gobiernos y políticas, desatar alianzas amplias cargadas de sentido de servicio a la nación y al pueblo, es la tarea central. Hoy un proyecto de gobierno alternativo tiene que fomentar a la vez varios proyectos de construcción de bloques de alianzas sociales, una conjunción de autonomías: la del Estado que procura y la de la sociedad que se organiza y organiza sus objetivos.
3. En el trayecto centenario de nuestra Nación hay un pleito recurrente: se repiten las coagulaciones oligárquicas, momentos de su pleno dominio que, sin embargo, no destierran y sí alimentan, como resorte replegado, a las irrupciones populares que rehacen a las dominaciones y las acotan. Los breves momentos en que se crearon márgenes ciertos de justicia y libertad —que resuelven agravios y retoman esperanzas populares, ciudadanas y nacionales— son los fundadores de los mitos de la convivencia nacional: la guerra popular de independencia y la revolución social de 1910 con sus conquistas de tierra, salarios justos, recursos y territorio nacional soberano, ciudades abiertas; las luchas democráticas del 68, el 88 y el 2006. Hay una memoria oligárquica de dominación, pero también una memoria nacional, popular y ciudadana de conquista y ejercicio de derechos. Nuestra época fue dominada por la coagulación, sangre estancada, oligárquica. El proyecto alternativo le apuesta al resorte plegado, al flujo intenso de la irrupción popular en el amplio bastidor de las alianzas pluriclasistas.
4. Los proyectos de Nación son productores de sentido. Pelean contra la razón oligárquica que desvaloriza a la población mayoritaria y a su historia: de que sólo se invierte positivamente cuando se apoya con dinero público a los más ricos; de que los apoyos a los productores y al salario son un gasto improductivo y que provocan inflación; de que la cultura de elite debe fomentarse por encima de los saberes y culturas populares; de que el mexicano es un ser corrupto e improductivo. Los proyectos de Nación alternativos deben provocar una transformación de los valores y mitos del vivir en común; reconocer el valor de lo que el pensamiento oligárquico desprecia: la historia nacional popular, la potencia de la gente, la riqueza de las muchas culturas.
5. Es posible rehacer de otra manera los cimientos profundos, materiales, de una gran casa para todos. Los excedentes nacionales y las políticas abiertas deben promover a un gran bloque de productores en alianzas estratégicas: alianza del trabajo y la naturaleza para aprovechar la biodiversidad y la pluralidad cultural al máximo en términos sustentables; alianzas entre el Norte, el Centro y el Sur de nuestra Nación; alianza entre capitales y economías sociales para rehacer cadenas de producción y comercialización dirigidas al mercado interno y a la exportación; alianzas globales para fortalecer las capacidades productivas nacionales y su inserción en un mundo multipolar. Un gran bloque de productores, desde la diversidad de formas y culturas de producir, resuelve los falsos dilemas de la hegemonía oligárquica: puede crecer y distribuir; puede fomentar el desarrollo en las urbes y en el campo; puede equilibrar a las regiones prósperas en capital y tecnología con las regiones ricas en recursos, culturas y trabajo; puede exportar y a la vez alimentar al mercado interior.
6. Podemos desarticular la gran maquinaria de uso y desprecio de hombres y recursos que montó la oligarquía minoritaria; frenar el regreso de una sociedad jerárquica que valora a los de piel blanca, el dinero y a los “ganadores”; superar la gran fábrica de exclusiones hacia la pluralidad social, de género, edades, etnias y preferencias identitarias. Para ello se requiere un gran bloque social de los iguales en la diferencia, que desde la Nación multicolor pueda establecer tres garantías: la multiplicación de los derechos como conquista real de espacios y formas de convivir, un Estado laico vacío de preferencias para abrirse a las de todos, y el inexistente hasta ahora Estado de Derecho al alcance de los más.
7. La ofensiva oligárquica desvirtuó el sentido de la democracia, ocupó muchos de sus ámbitos estratégicos y utilizó a los medios masivos para imponer su opinión y sus valores. Lo que no pudo hacer fue borrar la rica experiencia de participación de millones de ciudadanos que volvió a florecer en 2006 y puede regresar en 2012. Después de más de 20 años de experiencia democrática, en ocasiones incierta, es posible rehacer el espacio público, el sistema de representación política y la participación directa de los ciudadanos en las decisiones públicas. Con las experiencias conquistadas es posible que el gran río democrático se alimente al menos de tres grandes afluentes de la experiencia colectiva: la apropiación de los pequeños espacios de convivencia, desde barrios hasta pueblos; la apertura de la representación política a los liderazgos ciudadanos y sociales auténticos; el fomento a muy diversos mecanismos de consulta y participación en las decisiones públicas de los gobiernos constituidos. Frente a la centralización oligárquica se requiere oponer la descentralización popular, ciudadana y democrática.
8. La cultura se encuentra desarticulada y en falsas oposiciones: absorbida por los mercados culturales y sus modas, sin mayor vínculo y en oposición entre la “alta cultura” y las culturas populares, en un falso antagonismo entre cosmopolitismos y el ser autóctono. Por el contrario, la cultura puede ser un gran espacio de libertad para que esas oposiciones desarrollen sus exploraciones de encuentro y desencuentro: la creación “absoluta” y la reelaboración de tradiciones; la apropiación de las innovaciones globales y la recreación de las muchas culturas regionales; el impulso a la razón y a la ciencia y el regreso de los mitos que nos revinculan y dan sentido. En ese espacio de libertad la cultura puede convertirse en el escenario de las luchas por el sentido y, en su caso, de las transformaciones de los valores y mitos de la convivencia en común.
9. Vivir en República, de acuerdo a muchas de nuestras tradiciones desde el siglo XIX, el XX y a la fecha, es vivir en una legitimidad fundada en la justicia para la convivencia y una libertad para todos. Vivimos ahora en una República sin fundamentos. Hoy asistimos no sólo al resquebrajamiento de la legitimidad, sino de sus fundamentos esenciales de Justicia y Libertad. Sí hay, en cambio —abundan— acciones para saciar intereses de grupo, actos sin legitimidad ante la mayoría del pueblo, poderes multiplicados y confrontados, la dispersión que debilita, una soberanía sumisa. Superar ese riesgo se llama Refundación. Se requiere volver a los cauces originales para reinventar la convivencia pública de acuerdo a los nuevos desafíos, a ese mito fundacional que se creó en el siglo XX, y que se llama Justicia y se apellida Social: sin corporativismo, aliada a la ciudadanía plena y a la libertad para la multitud plural, fundamento de legitimidad de un edificio institucional renovado.
10. México no se merece el destino manifiesto de ser el patio trasero del Imperio. Integrado en su geopolítica, en los recursos estratégicos, en el uso barato de sus trabajadores, en el “modo de vida” consumista, y con la ignominia del muro del desprecio que ya se levanta en la frontera norte. Hay que derribar el muro. México necesita ser de verdad global. Necesita brincar las bardas políticas, financieras y mentales que le encierran en la geopolítica del Imperio, apuntalar el orden naciente multipolar y mirar hacia el Sur; necesita contemplarse en su espejo y en sus logros de crecimiento y distribución, de democracia con conquista de derechos, de República saludable y de sociedad renovada.
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