LAS SENDAS PERDIDAS DE BOLÍVAR ECHEVERRÍA

Evodio Escalante

Aunque pueda parecer exagerado, me gustaría decir que todo el trabajo teórico de Bolívar Echeverría (Riobamba, Ecuador 1941-Ciudad de México 2010) tiene como trasfondo esta pregunta: ¿Sigue siendo válido el pensamiento de Marx? Me queda la sensación de que el filósofo contestó y a la vez dejó abierta la pregunta. Por un lado, la respuesta de Bolívar Echeverría es abrumadoramente afirmativa. Siempre y en todo lugar conserva Marx el sitio privilegiado del pensador profundo e intachable que no se equivoca nunca y al que hay que acudir para esclarecer la situación de crisis en que nos encontramos. Marx es la referencia última y apodíctica en el discurso de Bolívar Echeverría. Por otro, sin asumirlo de manera abierta, las grandes líneas de investigación en que se ocupó parecerían indicar que Echeverría sabía que era necesario, e incluso una cuestión esencial, avanzar más allá de Marx. Aflojar la rigidez economicista de algunas de sus propuestas y abordar la realidad a partir de otras bases.
Animador y sostenedor durante muchos años de un legendario seminario acerca de El capital que se desarrollaba en la Facultad de Economía de la UNAM, Bolívar Echeverría estaba obligado a ser un marxista “duro”. Y, sin embargo, sus numerosas publicaciones indican que en todo momento se encontraba en busca de ventanas por las que pudiera circular un aire más fresco. Tanto en sus libros personales como en los colectivos, se advierte la necesidad de abrir los esquemas del Marx anquilosado con aportaciones novedosas venidas de otros campos o tomadas en préstamo a otros pensadores. El de Echeverría se me aparece, así, como un marxismo modificado y en plena ebullición. Son tres las grandes modificaciones que se trabajan en sus textos, y creo que ellas dan cuenta de una necesidad de actualizar el pensamiento de Marx con el fin de ajustarlo a realidades que éste no pudo nunca prever. Las tres fuentes y partes integrantes de este proyecto renovador son Max Weber, la lingüística europea y Walter Benjamin.
La modificación weberiana
El recurso a Max Weber tiene que ver de modo directo con la necesidad de destacar lo que podríamos llamar lo particular dentro de lo universal. Los minuciosos análisis de Marx en El capital, su obra inacabada, dedicados a estudiar los procesos de la acumulación capitalista, resultan de cierto modo insuficientes en la medida en que concentran su atención en la valorización del valor, piedra de toque del desarrollo del capital, pero al costo de dejar en la sombra o bien de considerar de manera subordinada el llamado valor de uso, con toda la gama de posibilidades que éste ofrece. La ley de la pauperización creciente del proletariado, la carga del capital acumulado y su dominio fatal sobre el trabajo vivo, el famoso fetichismo de la mercancía, categoría utilísima para explicar la alucinación colectiva en que vivimos los que habitamos dentro de los parámetros de la sociedad de mercado, todas estas herramientas conceptuales funcionan muy bien dentro de lo que podría llamarse el capitalismo prototípico. Lo interesante es que Echeverría descubre que hay otras formas de capitalismo que adoptan una “tonalidad” que no necesariamente es la del ethos capitalista puritano-calvinista que describió Weber en sus tratados. Bolívar Echeverría propone que en realidad hay cuatro ethos capitalistas: el realista (que es el que habría estudiado primordialmente Marx), el clásico, el romántico y el barroco. Tomadas de la historia del arte, estas categorías servirían para identificar formas específicas de la modernidad capitalista que dominan en distintas regiones geográficas del planeta y se refieren al “estilo” de comportamiento con el que los sujetos sociales de esas regiones logran soportar lo insoportable, es decir, capotear lo que no se puede vivir pues atenta contra la “forma natural” de existencia: el sistema capitalista de producción y reproducción.
La modificación weberiana cristaliza cuando menos en tres libros que debo mencionar. El primero, colectivo, coordinado por Echeverría, se titula: Modernidad,
mestizaje cultural, ethos barroco (UNAM-El Equilibrista, 1994). A esto hay que agregar otros dos de su exclusiva autoría: Las ilusiones de la modernidad (UNAM-El Equilibrista, 1995) y La modernidad de lo barroco (Biblioteca Era, 1998). Stefan Gandler, en su acucioso estudio Marxismo crítico en México: Adolfo Sánchez Vásquez y Bolívar Echeverría (UNAM-FCE, 2007), nos informa que el título tentativo del primer libro era Modernidad y capitalismo. Retrabajando acaso una tesis básica de Gunder Frank, quien sostenía que los llamados países “subdesarrollados” son tan capitalistas como el que más, Bolívar Echeverría demuestra que desde la época de la Colonia entramos de golpe en un proceso de desarrollo capitalista, que por supuesto adquiere entre nosotros una coloratura diferente en la medida en que se produce en una sociedad que tiene por base el mestizaje de razas y de culturas. En la medida en que somos hijos de la Malinche.
Quizás el aspecto más interesante de esta lectura, aunque a la vez está erizado de dificultades, es que Echeverría deja en la sombra el concepto de valor de cambio para poner todos los acentos en el llamado valor de uso. Esta última noción, como quiera que se la vea, es muy polivalente e implica muchas facetas. Si la referencia inmediata es a la utilidad de un objeto o una mercancía, es imposible disociarla de la noción jurídica de uso y usufructo, es decir, de utilización y disfrute. Estos términos no se aplican ya sólo a la cosa monda y lironda, igualmente hay que aplicarlos a los sujetos históricos en cuestión: el cuerpo mismo o lo que en términos de Marx es la fuerza de trabajo se usa, se desgasta, se disipa, pero también se goza y se disfruta ella misma en el ejercicio mismo de su acción, ya sea en el trabajo productivo, ya sea en los momentos de fiesta o esparcimiento en el hogar o en la plaza pública.
La modificación lingüístico-semiótica
Uno de los recuerdos más persistentes que tengo en torno a Bolívar Echeverría tiene que ver con la impresión que me causó la lectura de uno de sus ensayos, publicado creo que en la revista Cuadernos Políticos (de la que fue director y fundador), en la que abordaba el análisis de la mercancía como si se tratara no de un bien comerciable sino de… ¡un signo lingüístico! Eran los años, como todos recuerdan, del famoso “giro lingüístico” en filosofía. Había una aplanadora llamada “filosofía analítica”. Wittgenstein estaba de moda. Barthes publicaba entonces sus Elementos de semiología y los aportes de Roman Jakobson eran ponderados como una verdadera revolución en las ciencias humanas. Eran los años, en Francia, de la revista Tel Quel, que a las aportaciones de Marx sumaba las de Saussure, Peirce, Husserl y Chomsky, en un campo de cultivo que privilegió el “semanálisis” y un nuevo concepto de la ècriture. Bolívar Echeverría, empero, no abrevaba en la semiología francesa ni en los delirios maoístas de Philippe Sollers, sino en los análisis ultraformalistas de Louis Hjelmslev, el lingüista danés que al superar la visión clásica de Saussure que distingue en el signo las dos caras de significado-significante, proponía una disección cuatripartita entre forma de contenido, forma de la expresión, sustancia del contenido y sustancia de la expresión. Éste y otros ensayos de semejante orientación los recogió Echeverría en su libro Valor de uso y utopía (Siglo XXI, 1998). Confieso que hasta el día de hoy sigo sin entender del todo esta aproximación a la mercancía como si se tratara de un signo.
Por esos mismos años, Bolívar Echeverría sostiene que la sociedad humana es necesariamente logocéntrica. El uso más divulgado del término se debe a un libro muy célebre de Derrida (De la gramatología), pero hay que reconocer que éste tiene un eminente sentido crítico que no existe en la versión de Bolívar Echeverría. Según Echeverría: “Producir y consumir objetos es producir y consumir significaciones”. Tal cual. Esta violenta identificación entre mercancía y signo me parece peligrosa y muy poco sostenible. Claro que de entrada hay un parentesco evidente: el dinero y los bienes y los signos son intercambiables y se consumen dentro de un amplio proceso de circulación. Pero el mundo social es también un mundo de violencia y coacción que los lingüistas obcecados en el horizonte de la pura significación ignoran con desdén soberano. En el mundo de los signos no hay extracción de plusvalía. Por lo demás, a la mercancía humana no se la podría reducir a un signo, ni la expresión de sus necesidades se limita a una urgencia de significación.


La modificación benjaminiana
Gran lector de Adorno y Horkheimer, destacados integrantes de lo que se conoce como la Escuela de Frankfurt, Echeverría profesó especial devoción por el pensamiento de Walter Benjamin. Hizo traducir y prologó la versión original de uno de los textos más polémicos de éste acerca del vínculo que existiría entre las vanguardias artísticas de las tres primeras décadas del siglo XX y la revolución proletaria, me refiero a La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, documento que plantea el declive progresivo del “aura” en la estética de nuestro tiempo y conecta la emergencia de las masas con nuevas formas artísticas derivadas del desarrollo tecnológico, como la fotografía y señaladamente el cine. Quizás el elogio más grande que se haya hecho nunca del dadaísmo se encuentra en este texto anarquizante y subversivo que no ha perdido ninguna actualidad. Echeverría señala muy bien cómo la marcha triunfal de Mussolini en Italia, y de Hitler en la Alemania nazi, dieron al traste con las esperanzas revolucionarias que recorren como un estremecimiento la columna vertebral de este texto. Lo que olvida decir es que la patria de los soviéticos, dogmatizados ya entonces por instrucciones de Stalin, rechazó por obvias razones la publicación de su ensayo. La pinza de la contrarrevolución tenía dos extremos: los nazis por un lado, los bolcheviques del “socialismo en un solo país” por el otro.
En este mismo contexto hay que mencionar lo que podría ser su legado más importante: el libro La mirada del ángel. En torno a las ‘Tesis sobre la historia’ de Walter Benjamin (Biblioteca Era-UNAM, 2005). Además de un ensayo propio, este libro reúne ponencias de Michel Löwy, Stefan Gandler, Crescenciano Grave, Ana María Martínez de la Escalera y una docena de pensadores abocados todos a dilucidar los alcances del último y más enigmático texto de Benjamin. Sin duda su texto teórico y político más polémico. Como muchos comunistas y personas de izquierda, Benjamin se siente traicionado por el pacto de no agresión que firman Hitler y Stalin en 1939. En esta atmósfera de irritación y desencanto, el Benjamin mesiánico atreve una tremenda crítica en contra de la concepción lineal de la historia propuesta de manera simplista por Marx y sus seguidores. La visión es terrible: el materialismo histórico esconde debajo de su disfraz “científico” a un enano teológico que le ha vendido la idea de la invencibilidad del proletariado. En el momento en que reivindica al gran revolucionario Blanqui, estigmatizado como alborotador anarquista por los revolucionarios sometidos al Comité Central, Walter Benjamin dictamina: “Nada ha corrompido tanto a la clase trabajadora alemana como la idea de nadar a favor de la corriente”.
Podría decirse, sin exagerar, que estas “Tesis sobre la historia” son en realidad el acta de defunción del materialismo histórico, que desde entonces no ha podido acertar en ninguna de sus predicciones. Más allá de lo que Bolívar Echeverría haya podido decir acerca de ellas, la insistencia con la que nos ha invitado a releer una y otra vez los siempre densos textos de Walter Benjamin es para mí una de sus lecciones más duraderas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Entrevista Rojo-Amate I/II

Entrevista Rojo-Amate II/II

Lo más visitado